Mis primeros pasos
Era apenas una niña cuando comencé a bailar. No sabía porqué, pero me gustaba. Era un espacio perfecto para ser libre.
Un espacio en el que nadie me podía cuestionar por mi falta de atención, ni mi notable incapacidad para la matemática.
Siempre fui delgada, espigada, flexible, lo que me hacía una candidata perfecta a BALLERINA…
Y empecé a bailar, sin más, sin preguntas, sin dudas, casi hasta sin expectativas; Bailar como quien vive, como quien respira. Llegaba la hora de clase; Cambiarse el uniforme del colegio por el de ballet.
Las zapatillas, el cabello recogido, las mallas, el olor a brea, la voz aguda y chirriante de la maestra, el sonido de su bastón marcando EL TEMPO.
Y luego, luego, ya en la barra, la música, la música, ese universo maravilloso y desconocido por el que viajaba en silencio, sólo acompañada por mis pensamientos muchas veces casi alucinantes, extraños…
Y mis compañeras de clase, silenciosas y distantes, como yo. Y así, así fui creciendo, pasando de la infancia a la adolescencia, convirtiéndome más o menos en la mujer que ahora soy.
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